Mar 31, 2007

Miercoles de 2x1


por Alejandro Rossette

No me gusta ir al cine los miércoles. Muchas personas podrán acusarme de ser mamón, por no visitar las salas cinematográficas ese día, pero antes de ser juzgado debo hacer constar que tengo argumentos poderosos, y razonables, para dejar en claro por que no lo hago. Así pues expondré mis justificaciones y ustedes, mis jueces y verdugos, emitirán su sentencia.

Primera razón: La familia “Muégano”. No pretendo demeritar al núcleo básico de la sociedad mexicana, por más pintoresco que sea, pero hay que aceptar que son molestos. Al entrar a la sala se sientan todos en la misma fila. Invariablemente los cinco niños se pelean por los lugares y patean los asientos delanteros, el abuelo tose en la nuca del espectador más próximo (con flemas incluidas) y la abuela ronca cual león enjaulado. El jefe de familia hace lo propio y se queja de que no comienza la función o regaña a los niños. Los chamacos chillan y la madre, que suele tener más bigote y espalda que su esposo, saca las tortas de huevo para callar a los vástagos. Es prudente aclarar que todos mastican con la boca abierta…

Segunda razón: La pareja. Comienzan con un abrazo y le sigue un tierno beso. Súbitamente se apagan las luces y por instinto la libido aumenta. Los amantes se han enfrascado en terrible, lujurioso y, por demás, antojadizo faje de proporciones épicas. Las exhalaciones aumentan y los gemidos ahogados no te permiten disfrutar la película. Por un momento los perdonas, la habitación de cualquier hotelucho es más cara que un par de entradas al cine, aunque eso sí lo pasarían mejor. Incluso puede ser envidia, pero no creo justo recibir una ración extra de mayonesa en mis palomitas justo en el clímax… …de la película.

Tercera razón: Los imbéciles. No encuentro un nombre mejor para este gran representante de la fauna de las salas de cine en una tarde de miércoles. ¿Recuerdas cuando te disponías a ver El sexto sentido? Sí, con boleto en mano, te formaste para ver la que para muchos, me incluyo, era la mejor película de suspenso. No falto el imprudente papanatas que al salir de la función anterior gritó: “¡No manches, nunca se me ocurrió que Bruce Willis estuviera muerto!” Aquella persona que haya reprimido una patada en los genitales de soberano imbécil, que levante la mano.

Cuarta razón: Los ilusos. Conozco a muchos de esos y he ido a ver varias películas con personas de esta categoría. Aunque suelen resultar graciosos y divertidos, siempre llega el momento en el que te hartan. ¿A quién se le ocurre advertirle a James Bond del peligro que supone entrar a la base secreta del enemigo en turno? No porque le digan que no abra la puerta dejará de hacerlo. No tiene caso alguno advertirle a Jack que el Titanic se hundirá. Sí Romeo se suicida, no dudaran en gritarle que Julieta sólo ha fingido su muerte. Un saludo a mi amiga que le advirtió a “Nemo” (Buscando a Nemo), el pez payaso con una “aleta especial”, que no nadara cerca de la superficie.

Quinta razón: El pseudo crítico. Nada más engorroso y encabronante que aquella persona que te regresa a la realidad a mitad de la película: “Ese efecto de iluminación lo hicieron con blablabla…” “Aunque es buena la actuación de Mengano, no se quitara el estigma de su papel como blablabla…” ¡Carajo! No me interesa saber de cuestiones técnicas en ese momento. Lo peor de todo, quizá, es que limitan las películas que verán a aquellas son “filmes independientes” o a las que han ganado cuanto chingado premio exista en Francia o Italia. Como sí una comedia romántica de Meg Ryan o un churo palomero de Jackie Chan no entretuviera igual que un largometraje de Darren Aronofsky. Suelen ser los mismos que anteriormente desdeñaban las películas del Santo, hasta que una “vaca sagrada” del séptimo arte declaró que eran sus favoritas.

Esas son mis razones. Quizá sea prudente mencionar que yo también suelo tener una conducta anormal post-cinematográfica: Cuando una película me gusto, suelo actuar como el protagonista. Después de ver Casino Royale, pretendí ser más refinado y sofisticado, pero mortal. Cuando vi Constantine comencé a fumar más y mi personalidad fue más “oscura”. Finalmente, cuando terminé de ver Corazón valiente, quise propinar una tremenda tunda a mis amigos con un palo de escoba. Varios hematomas me hicieron ver mi error.

Así pues, díganme mi sentencia, no mostraré arrepentimiento y sufriré con orgullo. No estoy buscando una absolución ni perdón por las cosas que he hecho, pero antes de llegar a una conclusión traten de caminar en mis zapatos y comprendan porque no me gusta ir al cine los miércoles. Que así sea…

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