May 29, 2007

Quizá con este.

Ella.

Miércoles por la noche. Me preparaba para salir de la oficina cuando Ella llegó. Cabello negro y piel blanca. Sus trágicos ojos verdes combinaban perfectamente con su vestido de diseñador y las lágrimas rodaban por sus mejillas. No supe sí fue la escasez de casos en las últimas semanas, la necesidad de emoción e intriga en mi vida o los encantadores labios de aquella mujer en desgracia. Lo cierto es que no me pude negar a ayudarla, habían matado a su hermano.

Encendí un cigarrillo. Bajo la gabardina empuñaba mi viejo revólver que tantas veces me había salvado la vida. Mis piernas temblaban desde algunas calles atrás, cuando me di cuenta de que un sujeto de traje negro me seguía velozmente. Un automóvil me cerró el paso, un golpe en la cabeza. Sólo recuerdo las gotas de lluvia cayendo sobre mi rostro.

La nariz rota, una ceja abierta y dos costillas fracturadas. Me liberaron cuando se convencieron de que desconocía el paradero de Ella o el dinero. Me ofrecieron cinco grandes por encontrarla. Acepté de mala gana. Al parecer Ella había robado las ganancias del negocio de su amante, ya saben: dinero sucio de un hombre sucio. El dinero no bastó. Por si fuera poco, mataron a mi socio para asegurarse de que les haría el “trabajo”. Me empujaron fuera del auto.

No me había sentado a descansar cuando, esa misma noche, Ella me llamó por teléfono. Salí presuroso de la oficina y sólo alcance a ver el rotulo de la puerta: Spades & Blaine. Investigadores Privados “Tendré que llamar al conserje del edificio para que quiten su nombre”, pensé. Una hora después estaba el bar de aquel hotel lujoso. Ella estaba ahí, hermosa como siempre. Me besó. La noche, su cuerpo, todo era perfecto.

Cuando desperté ya se había ido, sólo dejo una nota: “Te espero esta noche en la vieja mansión a las afueras de la ciudad…”. Decidí ir por un trago antes de reunirme con Ella. Todo iba bien, el resto del día pensé en aquellos ojos verdes y en las últimas palabras escritas en la nota: “Te amo…” Uno reconoce el amor cuando lo ve, ahí estaba. Soñé despierto durante el largo trayecto.

Al llegar a la vieja casona observé dos coches. Reconocí su automóvil y el otro se me hizo familiar, apenas ayer había sido arrojado desde ese vehículo. Busqué mi revólver pero no estaba, quizá lo había dejado en aquel hotel. Temeroso y desarmado toqué el timbre varias veces, aparecieron dos grandes ojos verdes. Lloraba.

Aliviado, pasé y me serví un poco de whiskey. Confesó que había robado el dinero a su amante y por eso mataron a su hermano, que en realidad era su esposo, de un tiro por la espalda. ¿De verdad me amaba? No lo sé, pero me gustó pensar que era cierto. Hizo una oferta que no pude rechazar: escapar con ella y el dinero, dejar todo atrás, tener una vida juntos en Sudamérica y quizá una familia. No lo dudé y acepté. Minutos después, Ella subió a hacer sus maletas, ya saben: ropa y objetos de valor sentimental. Mientras esperaba abajo, vi una puerta entreabierta que sacudió mi curiosidad y decidí echar un vistazo.

Ahí estaba mi revólver, junto al cadáver de su amante y su compinche. No fue difícil imaginar lo que sucedido unas horas antes. Descolgué el teléfono y marqué. Siempre hay una trampa.

No pudo ocultar su sorpresa cuando llego la policía. Una vez más suplicó por mi ayuda, juró que me amaba, que estaríamos juntos por siempre. Comenzar una vida de nuevo con tres millones de dólares y una hermosa esposa suena increíble, pero no a ese precio. Recuerdo perfectamente lo último que me dijo antes de subir a la patrulla: “No sabía lo que estaba haciendo, no sabia nada. Yo no sabía nada, excepto lo mucho que lo odiaba, pero yo no robé nada. Yo no fui ¿me crees, verdad?” me limité a responder: “Cariño, me importa un carajo”.

Encendí un cigarrillo y me largué de ahí.

Otro perdedor...

Réquiem reptiliano

Rozagantes reptiles, reticulados, reptan rigurosamente reunidos. Reportan, requisando, representaciones reposteriles: repollos republicanos, rábanos retóricos, rabiacanas rubicundas. Rogonamente reclaman regalías racionalmente repartidas.

Reptantes rabadillescos roñosos, refunfuñan respuestas robóticas. Rumbean, rapean, rockean. Ruborizadas retroceden. Rodean ramadas ralas recordando rosas rojas. Respingan ruidosamente, runrrunean ruiseñorialmente. Repentinamente rebotan, rezagadas revezan.

Ríen. Regocijadas reinan rubios regalíces regenerados. Regias rigen, reglamentariamente, raíces restituidas, rabiacanas renovadas. ¡Radiantes reinas radicosas! Rascuñan rufetas, roen rosbifes romerados ramplonamente rellenos, ricos ravioles rebosados.

Recurrentemente releen, refitoleadas, runas religiosas refinadamente relabradas. Rebeladas, resabias raquíticas, reniegan: “Rabiamos realezas rotundas”. Retiradas resguardan. Retan “¡Revolución!”. Resultados: regicidio. Repican. Ritualmente recitan réquiem, retorromano, rememorable. Resuelven represalias reprobables: “Reinstauraremos restrictivos reinados romanescos”. ¡Retartalillas! responden.

¡Razia! Rorrescas resorteras recetan raudas rocas. Ruines rapacetes: rasuran ramas, recovecos, rendijas, rehoyos, rincones. Reptan revueltas. Regresan retorcidas, resquebrajadas. “¡Rematadlas!” recomienda Rodrigo. Renegridas, repodridas. Resucitan…

Un cuento perdedor...

Agnus Dei

El fin está cerca. El fin está cerca. El fin está cerca. Es un pensamiento constante y repetitivo. Una y otra vez esta presente, tanto lo has repetido que estás seguro que, de un momento a otro, llegará el fin. Lo piensas de nuevo: “El fin está cerca. El fin está cerca.” Te balanceas de izquierda a derecha ansioso, no quieres que llegue el fin. Lo niegas rotundamente, pretendes el olvido pero, como con todas las pretensiones, sabes que no es cierto y que ahí está. Inminente.

Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve… Cuentas antes de que el fin llegue. Se acerca. Está cerca, muy cerca. Más cerca de lo que uno cree. El fin es como la cucaracha, se esconde cuando enciendes la luz y, cuando la apagas, sabes que ahí está. Diez, once, doce, trece, catorce, quince… Sigues con la cuenta pero no sabes hasta donde llegarás si te enfrascas en esa numeración.

El fin está cerca, dieciséis, el fin está cerca, diecisiete, el fin está cerca, dieciocho, el fin está cerca, diecinueve, el fin está cerca, veinte. ¿Esta llegando o llegará? Comienzas a dudar de la espera y del retrasado fin. “Quizá llegué, quizá no”, eso no importa tanto, sigues contando: veintiuno, veintidós, veintitrés, veinticuatro, veinticinco, veintiséis…

¿Y si no llega el fin? ¿Qué caso tiene seguir esperando al fin, sí un buen día, como hoy, llegará? Veintisiete, veintiocho. El fin está cerca, veintinueve, el fin está cerca, treinta. El fin está cerca, treinta y uno, el fin está cerca, treinta y dos, el fin está cerca, treinta y tres, el fin está…

Agnus Dei qui tollis percata mundi dona nobis pacem.

Mar 31, 2007

Un cuento!


Este es un cuento escrito por un colega periodista, espero que les guste tanto como a mí y sí, Robert Johnson es uno de mis músicos favoritos! Aquí esta:

The Bluesman

por César Martínez

Hay muchas maneras de adquirir la inmortalidad, y cuando alguien la desea hasta lo patológico es capaz de seguir la más vieja de las leyendas vudús, sobre todo si eres negro y naciste en una época en la que serlo es sinónimo de trabajar, con la pobreza sobre el lomo, en las plantaciones de algodón.

El camino es polvoso y apenas es iluminado por un menguante de la luz lunática, reprimida por la densa oscuridad que no deja ver más allá de tres metros alrededor de quien camina. Sin embargo parece que la bluenote –que resuena en cada punzada de su sangre, eso que le exprime hasta la última alegría a su mohína herencia esclavizada– le mostrara de un sólo vistazo el destino.

Su voz no es la más prodigiosa. Sus dedos torpes no coordinan en las seis cuerdas con la maestría deseada. Su alma es como el humo del cigarro que se fuma: sin forma, sin tiempo, sin dueño. Pero todo está por cambiar.

«Ya verás, Johnny, mi nombre se recordará por siempre en la historia del Blues.» Le dijo apenas unos días atrás mientras Johonny lo miraba raspar con tenacidad aquel mismo riff que desde hace dos semanas intenta sacar y no le sale. «Soplas bien la armónica, muchacho, pero para guitarrista realmente te hace falta mucho.» Lo único que su amigo intentaba era evitarle una vida terrible, llena de decepciones, frustrada, mediocre y jodida, porque nadie le auguraba nada mejor si seguía aferrado a ese pueril sueño.

Pero cómo librarse de eso que te dice ve, continua, haz lo tuyo, sé libre, que ninguna cadena ate tu garganta, podrán limitar tus movimientos, pero tus raíces y tu voz no la callan, canta, canta tu tristeza que en ella hay más vida que en sus órdenes y sus látigos, canta en la postrimería, es decir desde que naces, porque cada año puede ser el último, sobre todo para nosotros los negros; cómo liberarse de todo esto después de haber oído a Willie Brown, Charlie Patton, a Son House.

Camina seguro, como si el color de su piel lo hermanara con la noche, como si la propia galaxia fuera él mismo que se desborda omnímodo en busca de la eternidad. Con cada paso que da, la tierra del camino se levanta, pero el viento que borra su huella anterior también se lleva el polvo lejos de él, de modo que no se ensucia. Desde ahora la mugre no lo volverá a tocar, es un regalo que aquél le hace por adelantado. En el futuro le preguntarán: «¿Cómo le haces? Caminamos los tramos más polvosos, subimos a los trenes más nauseabundos, sudamos hasta empapar las camisas, todos quedamos sucios como puercos y sin embargo jamás te ensucias. ¿Cómo le haces? Nunca te he visto asearte. ¿Por qué demonios no te ensucias?” Y él sólo sonreirá, claro que será una sonrisa maligna, sardónica.

Está decidido, ni un segundo duda, jamás piensa en regresar. En la diestra lleva su guitarra, nada espectacular, sólo lo necesario; en la mano siniestra lleva el cigarro de la soledad, fumándolo con pertinacia. Armónica en la bolsa derecha del pantalón. La palabra lista como un fusil. No tiene ni la más mínima idea de lo que le acontecerá. Sabe la leyenda, sí, pero hasta ahí. «¿Cómo será, tendrá cuernos y cola, o tal vez sea un enano, un troglodita, un perro?» Enciende otro cigarrillo con el pucho del anterior.

Por fin ve su destino, allá enfrente está, el cruce de la 61 con la 49, aunque igual pudieron ser la 33 y la 25, los números son prescindibles, lo realmente indispensable es que sea un cruce de caminos. «Y asegúrate de estar ahí antes de la media noche, entonces aquél vendrá.» Ahora se recarga en el poste del anuncio que siempre encuentras en los cruces de caminos, coloca el cigarro entre las cuerdas para poder tocar un poco. Antes hecha un vistazo en derredor: «No hay nadie, soy un idiota por creer en estas cosas».

Si de por sí no era un gran guitarrista con los dedos entumidos mucho menos. Tocó un poco, apenas dos canciones y cuando estaba en el punto más íntimo, ensimismado, ajeno a cualquier ruido que no fuera el de la guitarra, una voz rompió su burbuja: «¡Hey! ¡Robert!» Las palabras se camuflajeaban con la noche, igual de glaciales. No supo para donde voltear, es más, ni si quiera estaba seguro de querer alzar la mirada. «¡Te hablo, muchacho!». Cuando por fin se decidió miró a un hombre alto, robusto, negro. Vestía traje oscuro, camisa blanca con tirantes y cubría sus ojos con gafas oscuras. Su cabello estaba casi al ras. Todo él era muy grande, de rasgos gruesos, labios carnosos, belfo.

–Te gusta la música ¿eh? ¿Qué estás tocando?

Robert no pudo contestar, estaba aterrorizado. ¿De dónde diablos había salido este hombre? La noche intensificaba los sonidos de manera que hasta se podía escuchar el chasquido de un ratón como a cinco metros de distancia, y sin embargo no advirtió la llegada de quien ahora le decía:

–¿Qué te pasa? ¿Mis palabras te han congelado el alma?

–¿Quién eres tú? –pudo contestar con voz trémula.

–¿Que quién soy? Vamos, no estás aquí por pura casualidad. Dime, exactamente qué es lo que has venido a buscar.

De pronto una tranquilidad muy profunda invadió el cuerpo de Robert, y el tipo que tenía frente a sí le dio tanta confianza que el terror terminó por invadirlo. El frío bajando hasta sus pies. Los bellos erizados. Y su boca moviéndose inconcientemente:

–Quiero… la inmortalidad.

–¡Vaya! Pero si no pides nadas. La mayoría se conforma con poder componer una canción, pero tú quieres ¡la inmortalidad! Lamentablemente esa época ya pasó, ahora todos los hombres deben morir. Lo siento, no te puedo complacer en eso.

–No me interesa vivir mil años en este mundo. Lo que yo deseo es la inmortalidad a través de mi música.

–Pero si tú eres un asco como músico –el hombre se regocijaba viendo la cara lacerada de Robert al oír este tipo de comentarios.

–Ya lo sé, no me lo tienes que repetir –le dijo con rencor–. Precisamente por eso he venido aquí: quiero que me conviertas en el mejor Bluesman de la historia, toda una leyenda, por los siglos de los siglos; es así como quiero la inmortalidad.

–Interesante. Pero dime, ¿yo qué gano?

–¿Qué quieres?

–¿Qué me ofreces?

–Mi alma.

El belfo no pudo reprimir su carcajada. Luego de calmarse un poco continuó:

–Has oído muchas leyendas sobre mí, muchacho. En algunos casos me conformaría con tu alma, pero ¿sabes una cosa? estoy hastiado de almas, además cuando hago este tipo de tratos resulta que nadie me toma en cuanta, nadie se entera que fui yo el creador.

–Entonces qué pides.

–Tu alma, tu vida y tu reputación. Cuando mueras tu alma me pertenecerá y no al otro idiota, esto en primer lugar. Pero como pides un talento sobresaliente a tu época, no vivirás más de veintisiete años…

–¡Qué! ¿Tan pocos años? ¿Por qué?

–Porque quiero y punto, a ti no te interesan mis razones. Por último: todos sabrán que has venido a verme y que es así como obtuviste tu talento, sabrán que eras tan torpe que no dudaste en vender tu alma. Qué me dices.

–Si sólo voy a vivir hasta los veintisiete debo agregar unas peticiones más. Quiero escanciar los mejores vinos, acostarme con las más bellas mujeres y fumar los mejores tabacos.

–No es problema para mí.

–Entonces trato hecho. Sólo una pregunta más. ¿Cómo voy a morir?

–No lo sé aun, algo se me ocurrirá.

–¿Puedo sugerir que sea con whisky? Me encantaría llevarme ese sabor en la boca.

–Está bien, lo tomaré en cuenta –contestó un poco fastidiado–. Ahora vete.

–Y cómo sé que cumplirás tu trato –dijo Robert con suma desconfianza.

–Muy bien, si quieres una prueba –bajó sus anteojos hasta la punta de su nariz chata– mírame –se inclinó de modo que Robert pudo ver sus cristalinos ojos negros. Inmediatamente sintió una punzada–. Esa catarata en tu ojo izquierdo es mi sello. Ahora me perteneces.

Ambos dieron media vuelta, totalmente complacidos, y jamás se volvieron a encontrar, al menos no en este mundo.

Miercoles de 2x1


por Alejandro Rossette

No me gusta ir al cine los miércoles. Muchas personas podrán acusarme de ser mamón, por no visitar las salas cinematográficas ese día, pero antes de ser juzgado debo hacer constar que tengo argumentos poderosos, y razonables, para dejar en claro por que no lo hago. Así pues expondré mis justificaciones y ustedes, mis jueces y verdugos, emitirán su sentencia.

Primera razón: La familia “Muégano”. No pretendo demeritar al núcleo básico de la sociedad mexicana, por más pintoresco que sea, pero hay que aceptar que son molestos. Al entrar a la sala se sientan todos en la misma fila. Invariablemente los cinco niños se pelean por los lugares y patean los asientos delanteros, el abuelo tose en la nuca del espectador más próximo (con flemas incluidas) y la abuela ronca cual león enjaulado. El jefe de familia hace lo propio y se queja de que no comienza la función o regaña a los niños. Los chamacos chillan y la madre, que suele tener más bigote y espalda que su esposo, saca las tortas de huevo para callar a los vástagos. Es prudente aclarar que todos mastican con la boca abierta…

Segunda razón: La pareja. Comienzan con un abrazo y le sigue un tierno beso. Súbitamente se apagan las luces y por instinto la libido aumenta. Los amantes se han enfrascado en terrible, lujurioso y, por demás, antojadizo faje de proporciones épicas. Las exhalaciones aumentan y los gemidos ahogados no te permiten disfrutar la película. Por un momento los perdonas, la habitación de cualquier hotelucho es más cara que un par de entradas al cine, aunque eso sí lo pasarían mejor. Incluso puede ser envidia, pero no creo justo recibir una ración extra de mayonesa en mis palomitas justo en el clímax… …de la película.

Tercera razón: Los imbéciles. No encuentro un nombre mejor para este gran representante de la fauna de las salas de cine en una tarde de miércoles. ¿Recuerdas cuando te disponías a ver El sexto sentido? Sí, con boleto en mano, te formaste para ver la que para muchos, me incluyo, era la mejor película de suspenso. No falto el imprudente papanatas que al salir de la función anterior gritó: “¡No manches, nunca se me ocurrió que Bruce Willis estuviera muerto!” Aquella persona que haya reprimido una patada en los genitales de soberano imbécil, que levante la mano.

Cuarta razón: Los ilusos. Conozco a muchos de esos y he ido a ver varias películas con personas de esta categoría. Aunque suelen resultar graciosos y divertidos, siempre llega el momento en el que te hartan. ¿A quién se le ocurre advertirle a James Bond del peligro que supone entrar a la base secreta del enemigo en turno? No porque le digan que no abra la puerta dejará de hacerlo. No tiene caso alguno advertirle a Jack que el Titanic se hundirá. Sí Romeo se suicida, no dudaran en gritarle que Julieta sólo ha fingido su muerte. Un saludo a mi amiga que le advirtió a “Nemo” (Buscando a Nemo), el pez payaso con una “aleta especial”, que no nadara cerca de la superficie.

Quinta razón: El pseudo crítico. Nada más engorroso y encabronante que aquella persona que te regresa a la realidad a mitad de la película: “Ese efecto de iluminación lo hicieron con blablabla…” “Aunque es buena la actuación de Mengano, no se quitara el estigma de su papel como blablabla…” ¡Carajo! No me interesa saber de cuestiones técnicas en ese momento. Lo peor de todo, quizá, es que limitan las películas que verán a aquellas son “filmes independientes” o a las que han ganado cuanto chingado premio exista en Francia o Italia. Como sí una comedia romántica de Meg Ryan o un churo palomero de Jackie Chan no entretuviera igual que un largometraje de Darren Aronofsky. Suelen ser los mismos que anteriormente desdeñaban las películas del Santo, hasta que una “vaca sagrada” del séptimo arte declaró que eran sus favoritas.

Esas son mis razones. Quizá sea prudente mencionar que yo también suelo tener una conducta anormal post-cinematográfica: Cuando una película me gusto, suelo actuar como el protagonista. Después de ver Casino Royale, pretendí ser más refinado y sofisticado, pero mortal. Cuando vi Constantine comencé a fumar más y mi personalidad fue más “oscura”. Finalmente, cuando terminé de ver Corazón valiente, quise propinar una tremenda tunda a mis amigos con un palo de escoba. Varios hematomas me hicieron ver mi error.

Así pues, díganme mi sentencia, no mostraré arrepentimiento y sufriré con orgullo. No estoy buscando una absolución ni perdón por las cosas que he hecho, pero antes de llegar a una conclusión traten de caminar en mis zapatos y comprendan porque no me gusta ir al cine los miércoles. Que así sea…

Un buen par... de narices


Por Alejandro Rossette

¿Quién necesita a los niños? Cuando alguien les dice que algo es imposible, lo hacen. No entienden razones, corren de aquí para allá con la cara llena de mugre y los mocos secos. Hacen travesuras y se ríen de todo. Sí, los niños son todo un caso. Deberían aprender a comportarse seriamente.

Se creen superhéroes, estrellas de cine o princesas. ¿Qué más da? Se pegan, se raspan las rodillas, los regañas y siempre, inevitablemente, lloran. Además creen que con una mirada “tierna” lo pueden arreglar. Tienen imaginación, no saben lo que pasa en el mundo real, sólo piensan en jugar y jugar. Como dije antes, no entienden razones.

Un buen día, de esos que ellos adoran y nosotros los adultos odiamos, llegó un niño español con una carta. Su amigo croata, con el que mantenía correspondencia postal, le contó que nunca había tenido una fiesta de cumpleaños. Se lo dijo al maestro.

¡Bárbaro atrevimiento del niño catalán! ¿A quién, en su sano juicio y sin recompensa de por medio, se le ocurriría hacer una fiesta de cumpleaños en otro país? Esto no para ahí, ¡no! El inconciente niño desconoce que estamos en 1993 y que hay una terrible guerra en Croacia. Ningún adulto responsable e íntegro dejaría su tranquila y cómoda vida por ir a jugar con una bola de chamacos que no entienden español. ¡Por Dios, los niños sí que piensan tonterías!

Sólo una persona sin amor propio podría hacerle caso a un niño. ¡El colmo! Alguien lo hizo, un tal Pepe Viyuela, tenía que ser payaso. ¿Qué no puede tomar la vida de forma sería y dejarse de niñerías?

Así pues, el 26 de febrero de 1993, el tal Viyuela (personificado como Tortell Poltrona) hizo la dichosa fiesta en Savedrija, Croacia. Ese día nació “Payasos sin Fronteras”. Seguramente, el niño catalán nunca pensó en las terribles consecuencias de sus travesuras.

La historia no termina aquí. A Tortell se le unieron varios adultos imprudentes que creían poder cambiar el mundo. Una cosa es arriesgar la vida propia y otra, muy diferente, es invitar a más personas al matadero… ¿Qué necesidad tienen de hacerse los graciosos a mitad de la guerra?

A estos dichosos “Payasos sin fronteras” se les ocurrió –además de burlarse de las instituciones serias como “Médicos sin fronteras” (¡absurdo!)– exportar sus payasadas. Kosovo, Argelia, Palestina, Irak, Mali y la República Saharaui aceptaron a esta bola de incongruentes que “llevan risas”.

Imaginen… Una niña en Mali, África, no comía, ni siquiera se movía. Tremenda puntada se aventaron estos a actorcillos al hacerla reír y animarla a probar bocado después de semanas. ¿A quién se le ocurre? No contentos con eso, se atrevieron a viajar a Indonesia y Singapur después del tsunami que mató a miles de personas.

Ahí, se la pasaron jugando con globos llenos de agua bajó la excusa de que los pobres niños tenían “miedo al agua” (hidrofobia, para los adultos) y que morirían deshidratados por no beberla. Como si no tuvieran suficiente con tantos ahogados.

Parece broma, pero no, yo soy serio. Incluso tienen “objetivos” en su organización y creen que sus actuaciones son terapia psicológica que ayudan a la población en situaciones de postconflicto o exclusión social. Según ellos, sensibilizan a la sociedad y promueven actitudes solidarias. Al menos eso dicen en su página de Internet: www.clowns.org No contentos, Titu Cleques hizo una declaración incendiaria: “Hay que coger la vida menos seriamente, porque al final no te vas a ir con nada de lo que puedes coger con la mano. Te vas a ir con lo otro, con la amistad, con lo que no puedes coger con la mano”. Ingenuo…

Sobra decir que comienzan a invadir y que un grupo de esos “payasos” quiere hacer lo mismo en México (www.risaterapia.org). Si tú, al igual que yo, crees que esto es una cruel broma, o falta de conciencia, escribe a: alejandro.rossette@gmail.com Quizá podamos hacer algo para ayudarlos.

Mar 9, 2007

De la tolerancia...



Es probable que sufra un infarto en unos años. No practico ejercicio, como a deshoras y mis alimentos podrían tener cualquier adjetivo menos el de “balanceados y saludables”. Hay días en los que me malpaso y/o solo bebo café y fumo. Claro que también existen esas temporadas en las que no toco ni un cigarro.

También es muy probable que padezca una fijación oral y que no pueda vivir sin tener un cigarro en la boca, por lo cual es casi imposible que pase un día sin morderme las uñas. De hecho es lo mismo si a cada rato comes dulces, hasta un chicle delata tu fijación.

Quizá, cuando termine de escribir esto y decida ir a casa (o cualquier otro lugar), un automóvil a gran velocidad me atropelle. Puede ser, incluso, que en uno de esos recurrentes asaltos sea herido y muera de una forma tan, tristemente, común.

En otro escenario, podría ser yo quien detuviera una bala perdida con la cabeza. En ese caso, no estaría de más usar un chaleco antibalas y/o un casco, por sí las dudas. Mejor no lo hago, mi columna vertebral podría dañarse y cargaría con un terrible dolor de espalda. En cualquier piso, hasta en el baño, podría resbalar y, en el peor de los casos, morir desnucado o terminar en estado vegetativo por semejante golpe.

En fin, soy una víctima más de la agitada vida citadina. Aunque, bueno, en realidad así lo he decidido.

Sería afortunado sí, durante una tormenta eléctrica, me cayera un rayo. Está comprobado, matemáticamente, que es más fácil ganar la lotería a que el mítico Zeus me queme el trasero por blasfemo. ¿Debería, acaso, encerrarme en una caja negra de avión para no morir en un accidente aéreo? No lo creo, la probabilidad no se equivoca y por tanto es justo decir que es más seguro viajar en avión que en automóvil.

Es un hecho: Fumar mata. Los coches y las balas también, ¿O debiéramos culpar a la velocidad, y por ende a la energía cinética? Los perros muerden, las bebidas alcohólicas, en exceso, causan cirrosis, los alimentos enlatados causan cáncer, el azúcar causa diabetes y la sal altera el ritmo cardiaco. Hasta un delicioso pollito rostizado puede ser mortal, se te sube el colesterol. En fin, existe una larga lista de las cosas que pueden “matar”.

Ahora, existen una tremenda cantidad de estudios que demuestran lo nocivo de fumar. Deteriora los pulmones (las fotografías no miente, parecen pasitas), merman la circulación de la sangre, genera mal aliento (una exnovia se rehusaba a besarme por el olor. ¡Increíble! ¿No que el amor mueve montañas?). El humo jode las encías y pone amarillos los dientes. La galanura se pierde.

Enfisema pulmonar, cáncer de tráquea y, ahora lo sé, de boca (claro, en conjunto con la saliva). Malformaciones del feto durante el embarazo y eso si lo logras ya que también causa infertilidad e impotencia sexual. De hecho, los hijos de fumadores son más susceptibles a la “muerte de cuna”. Es más, en México, provoca la muerte prematura de 25 mil personas al año y acorta la vida ocho años.

De cualquier manera seré parte de las estadísticas. Sin embargo, conozco los riesgos y no he dejado de hacerlo. Debo confesar que, irónicamente, cuando escucho las bondades de dejar tan terrible vicio, más se me antoja un cigarro. ¿Se han dado cuenta de que, regularmente, las mesas más animadas en cafés y bares son aquellas de la sección de fumadores? La terrible peste también es redituable.

Debo aclarar que no tengo nada en contra de los no fumadores. Prueba de ellos es que sugiero a las familias (particularmente cuando tienen niños pequeños) que vayan al área de no fumar y que abandonen la designada para aquellos que si fuman. ¿Qué persona inconciente pone a los bebés cerca del nocivo humo del cigarrillo? Señores, encárguense de sus hijos y yo me ocuparé de mis pulmones.

Particularmente recomiendo no fumar. En ocasiones me solidarizo con aquellos que han dejado tan mal hábito (no confundir con vicio), no fumo enfrente de ellos y hasta he negado un cigarro a quienes, según, ya no lo hacían. Sin embargo, hay algo que se le debe reconocer a los fumadores, pues en palabras del expresidente italiano Sandro Pertini:”De los fumadores podemos aprender la tolerancia: no conozco uno solo que se haya quejado de los no fumadores”. Y vaya que el sabía de tolerancia…

Después de comer, antes de ir al baño, al despertar o acompañado de un buen café o una cerveza. Sólo, acompañado, somnoliento o estresado, cualquier hora es buena para un cigarro. Para festejar, para llorar, no es necesaria una razón particular. ¿Qué me dicen de un cigarro después de hacer el amor? Simplemente delicioso.

Admito que conozco los riesgos de fumar. Aún así no lo dejaré, me gusta. Lo hago por decisión y por gusto, así como mi comida favorita. Me siento en el pleno derecho de hacerlo cuando me pegue la gana porque soy conciente y respeto a quienes no lo hacen. A final de cuentas, si no les gusta mi humo pueden decir: “¡Lárgate de aquí!”. Esa es su elección…

Jan 3, 2007

La Torta (cómo simplificarse la vida)



La torta. Comida emblemática de la Ciudad de México por excelencia. Es también una muestra del ingenio del mexicano ante la escasez de tiempo y una rápida solución para matar el hambre en pocos minutos. Lo mejor es que no ha perdido la batalla contra las transnacionales ni sus desabridos y “glamourosos” paquetes fast food como le llaman algunos. La torta es representante del imaginario colectivo de nuestra sociedad formado por quesadillas, tacos, gorditas de chicharrón y tlacoyos, por mencionar algunos antojitos “esquineros”.


Existen varios tipos de torta, desde las clásicas “guajolotas”, de tamal verde, hasta las más extrañas, pero no por eso menos socorridas, tortas de plátano. Sin temor a equivocarme puedo asegurar que todo mexicano ha comido, lo hará mientras viva, una torta. Pero antes de adentrarnos en la teoría de la torta perfecta, definamos este fenómeno.


El pan. Componente principal del platillo, es este ingrediente el que distingue a una torta de cualquier otro platillo. Debe ser Telera, la que esta dividida en tres partes, o Bolillo, que se caracteriza por tener una ovoide y abombada en el centro. Generalmente, el pan esta hecho a base de harina de trigo, huevo, sal, levadura y leche. Esta mezcla se amasa y se hornea. Dicho proceso dota a la pieza de pan de un exterior duro y crujiente (Corteza), pero de consistencia suave y moldeable por dentro (Migajón).


Bien, tenemos el pan. El siguiente paso es cuestionarnos: ¿De qué haremos nuestra torta? El único límite para la elaboración de nuestra torta es la creatividad y el antojo y, sí acaso, el tamaño del pan que delimitará la cantidad de los ingredientes. Sin embargo, y para fines prácticos, tomaré como ejemplo una receta personal.


La base. En esta parte del pan se unta el aderezo, hay que señalar que se debe cortar a lo largo y a la mitad, así como eliminar los extremos del pan. La recomendación articular es usar ingredientes de consistencia firme, pues de lo contrario se humedecerá el pan, e inevitablemente se deshará la base de la torta, ensuciándonos. Dicho aderezo puede ser mayonesa, crema, mantequilla, mostaza o frijoles refritos, es a su gusto claro está. Particularmente elijo uno agridulce, hecho de yogurt natural, mostaza y un poco de miel.


El relleno. Hay quienes dicen que prefieren la forma al fondo, claramente no han comido una buena torta… Diversos pueden ser los ingredientes: Un tamal, chilaquiles, carnitas, suadero, carne al pastor, jamón, queso de puerco, aguacate, milanesa, huevo, salchicha, pierna, camarones, queso Oaxaca, queso blanco, salpicón de res, plátano, mermelada, miel, cajeta, bistec, pollo, o bien, combinar cualquiera de estos elementos y más. En el ejemplo, usaremos una arrachera de res asada, salpimentada y con un poco de estragón.

El acompañamiento. De la misma forma en la que un platillo o guisado es servido con una guarnición, una torta también. Claramente debemos complementar el relleno con un ingrediente acorde, que realce el sabor y lo complemente. Por ejemplo: Una torta de suadero, carnitas o “al pastor”, será bien acompañada con cebolla y cilantro finamente picado y salsa de nuestra elección. Siguiendo los mismos preceptos, la torta de chilaquiles será bien acompañada por crema, queso blanco y cebolla.


Una guarnición muy socorrida es la verdura. Sea de jamón con piña (“Hawaiana”), pierna, longaniza o de todo (“Cubana”), lo normal es cebolla, aguacate, jitomate y chile jalapeño o chipotle. Para seguir con mi receta predilecta; una rebanada generosa de queso Manchego, hojas de lechuga, bien escurridas, cebolla y jitomate en rebanadas.


La tapa. Por la naturaleza de esta parte del pan, es necesario seleccionar ingredientes livianos y que se caractericen por su viscosidad y capacidad de adhesión a las paredes amigajonadas del pan. La gravedad es un fenómeno natural que hará caer el ingrediente si es muy pesado, por lo tanto se sugiere algún aderezo complementario o así, solita, como se hace en la receta propuesta.


¡Por fin! Hemos terminado nuestra torta, siguiente paso: disfrutar. Sí, no hay nada mejor que una torta preparada en casa, higiénica y a tu gusto, con los ingredientes de tu elección. Sin embargo, una torta casera nunca sabrá igual que una callejera, podrá tener mejor y distinto sabor, pero nunca igual. Sí a lo anterior agregamos la falta de tiempo, y modo de vida del mexicano, la sugerencia natural es un puesto de tortas.


“El Cuadrilátero”, ubicado en Luis Moya 43 casi esquina con Artículo 123, ofrece excelentes combinaciones y diversos tamaños. La especialidad del lugar: Torta Gladiador, con huevo, salchicha, jamón, pierna, queso y bistec, mide 40 centímetros y pesa más de un kilogramo. El reto: Sí te la terminas en menos de 15 minutos es gratis. El plus de esta tortería es la atención personal, y por demás amable, del exluchador Super Astro.


Tortas Robles, localizada en frente de la Plaza Solidaridad junto al Museo Mural Diego Rivera, ofrece tortas caseras a muy buen precio. La sugerencia: Jamón con quesillo, pastel de pollo y aguacate. Esta tortería, antes ubicada en la plaza José Martí, tiene más de tres generaciones de experiencia en la preparación del folclórico fast food.


En la esquina de Colón y la lateral de avenida Reforma, se encuentra Tortas Armando´s. Dicho establecimiento es señalado por cronistas urbanos, e historiadores, como el lugar donde fueron inventadas las tortas tal y como se conocen en la actualidad. El origen se remonta a 1892, cuando Armando Martínez popularizó la comida.


También existen las torterías de la esquina. Puestos de lámina con planchas calientes donde trabajan dos o más personas. Aquí, independientemente de su ubicación o nombre, venden combinaciones y formulas ya probadas: La Cubana (con todos los ingredientes), La Trevi (milanesa, salchicha y huevo), La Hawaiana (jamón, piña y quesillo), La Suiza (combinación de quesos Oaxaca, blanco y amarillo), La Niurka (pechuga de pollo, pierna y quesillo) entr otras tantas. Son excelentes por su común cercanía y rapidez en el servicio.


¿Cómo acompañar una torta? Un refresco es el compañero por excelencia a la hora de la comida. Por la mañana un jugo o un licuado en el puesto, siempre hay uno cerca de las “Super tortas gigantes”, en la mañana o un agua de melón, alfalfa o de fresa. Para la “guajolota” nada mejor que el atole de arroz o el champurrado. Sólo no sean de los ingenuos que acompañan su torta con refresco dietético, de lo contrario serán objeto de chistes y burlas.


Por último, cuando terminen su torta, procuren desalojar rápidamente el lugar para dejar paso a más comensales apurados. Como dice el viejo dicho: “Ya comí, ya bebí. Ya no me hallo aquí.”

¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?


Por alguna extraña razón la ciencia ficción, cómo género literario, siempre ha sido menospreciada. Jules Verne padeció esta especie de intolerancia y con toda seguridad puedo decir que más de un crítico lo catalogó como desquiciado y que escribía bajo la influencia del opio.

Lo curioso de esto es que la misma ciencia ficción ha servido como referencia para el futuro. Los viajes espaciales y paseos lunares del autor francés descritos en sus obras, del siglo XIV, son antecedentes de las misiones de la guerra espacial a en la década de los sesenta. El régimen Nazi también fue predecido en sus libros, así como la bomba atómica, tanques de guerra y otras más. ¿Habrían existido esos artefactos sin la imaginación de Verne?

Del padre de la ciencia ficción, pasamos al ícono por excelencia: Isaac Asimov. Escritor y biólogo ruso nacionalizado estadounidense, el autor propone un futuro dónde robots (Palabra de origen checo, "robota", que significa servidumbre, trabajo forzado, o esclavitud.) y humanos coexisten de manera, hasta cierto punto, pacífica.

Los humanos construyen a los androides para servirles, realizan los peores trabajos y están regidos por las “Leyes de la Robótica”, creada por el mismo autor, en las que se establece que los autómatas protegerán la vida del ser humano ante todo.

Sí, la convivencia pacífica entre ambas partes suena linda, podría pecar de ingenua, y hasta utópica. Sin embargo, en un sistema de castas siempre habrá una rebelión de los sectores inferiores, en este caso los robots. El ejemplo literario es “Yo, Robot” de Asimos donde el planteamiento central es la ejecución de la “Ley Zero”, “Un robot no debe herir a la humanidad, o pasivamente, permitir que la humanidad sufra daño”, al punto de aislar a los humanos para que ellos mismos no se hagan daño.

Como mencioné antes, la realidad supera a la ficción y en el Proyecto Universidad Milenio de las Naciones Unidas ya se examina la forma en la que humanos y robots se relacionarán en el futuro. Uno de sus escenarios de análisis, nominalmente puesto en el año 3000, fue llamado “La ascensión y caída del Imperio Robot”. Transcribo la situación planteada:

Los robots evolucionaron como los humanos y se volvieron filósofos, bufones, políticos, oradores, actores, maestros, acróbatas, artistas, poetas y pastores de los menos adeptos humanos. La sociedad tuvo un nuevo sistema de castas, y los humanos se convirtieron en una raza tolerada y de alguna manera menospreciada por las máquinas que pudieron desplazarlos y mejorarlos en cualquier medida de fuerza, vitalidad, velocidad y resistencia.

El argumento más importante hecho en la aplicación de la tecnología genética para mejorar el desempeño de los humanos mental y físicamente fue “nosotros tenemos que mantenernos a la par con los robots”.

Con los recursos escaseando, la selección natural y artificial comenzó a operar en una manera seria, distribuyendo los recursos disponibles entre aquellos entes que eran los más aptos para explotarlos, en su mayor parte, los robots. ¿Cómo pudieron los humanos retomar el control? La respuesta fue usar la ingenuidad humana, la creatividad, ocultismo, dedicación y distracción. Tomo algún tiempo, pero funcionó. Esto al final comenzó a estabilizar la población de robots.

Hasta ese punto, la ciencia ficción pinta un bonito futuro para la sociedad. En la época de la posguerra, y durante la guerra fría, el futurismo es una realidad y se convierte en el “American way of life”. Amas de casa sonrientes que sirven la cena a sus esposos que llegan rendidos después de una ajetreada jornada laboral. Dicho sea de paso, la comida fue preparada por un ejército de electrodomésticos autómatas. ¿Recuerdan a “Los Supersónicos”?

Es en esos años, 1955 específicamente, que se publica “Lotería solar”. El autor es un joven llamado Philip Kindred Dick, originario de EUA, que reniega de la sociedad norteamericana de la posguerra y lo refleja en su obra. Plantea futuros distópicos y decadentes donde el humano es el único causante de su desgracia.

Philip es a la ciencia ficción lo que Bukowski a la realidad. Personajes solitarios y desmoralizados que han perdido todo y cuestionan su propia existencia. Aman de mala gana y odian arrepentidos de hacerlo. Muy humano diría yo.

Desde pequeño, el autor tenia visiones. Como adulto, estas aumentaron considerablemente después de que DIck, bajo los influjos del pentotal sódico por la extracción de una muela del juicio, observó el dije de la chica que le entregaba las medicinas. La forma del colgante, a lo que él llamo “vesícula Piscis” era la vesica piscis, símbolo de los cristianos.

En ellas, tenía visiones de rayos láser y patrones geométricos. Después tenía visualizaciones de Jesucristo y la Antigua Roma. Incluso tenía una doble vida, según él, una como Philip K. Dick y otra como Tomás, un cristiano perseguido por los romanos en el siglo I DC. Aumentó la duración y frecuenta de éstas “revelaciones”, al punto de establecer contacto con una divinidad llamado VALIS (Vast Active Living Intelligence System), que usaba lo que él denominó un "estímulo desinhibidor" para predisponer a los sujetos a la comunicación, en su caso la vesícula Piscis.

El gran aficionado a las anfetaminas negó que sus libros fueran producto de ellas. Ganó algunos premios como el Hugo y el John W. Campbell Memorial, aunque no se reconoció su trascendencia en la literatura hasta después de su muerte en 1982.

Su obra es vasta y, cabe mencionar, es uno de los autores de ciencia ficción con más adaptaciones, de sus relatos y novelas, para guiones cinematográficos. “Total recall”, “Minority report”, “Paycheck” y “A scanner darkly”, esta última por estrenarse. Sin embargo, la más reconocida y, desde mi punto de vista, mejor lograda es “Blade runner” dirigida por Riddley Scott y basada en el libro, de 1968, “¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?”

Enero 3 de 1992. Rick Deckard, caza-recompensas, se levanta y tiene una breve discusión con su esposa. En ese futuro, nuestros estados de ánimo pueden ser manejados por un extraño invento llamado “Órgano de ánimos”. Con un botón podemos ir de “alegría” a “esperanza” para llegar a “ira”, pasando por “depresiones culposas” y la compleja “conciencia e las múltiples posibilidades que el futro ofrece y renovadas esperanzas”.

La Tierra ya fue devastada por la “Gran Guerra Terminal” y la mayoría de los sobrevivientes han escapado a las colonias lunares. El resto, los infértiles y “escoria humana”, se han quedado en este planeta post-apocalíptico y radioactivo donde debes usar protectores genitales de plomo por la radiación.

La vida es terrible y amenazadora. Las formas de vida vegetales murieron y con ellas muchas especies animales. Afortunadamente existen las réplicas de estos y puedes comprar una serpiente, un búho o una oveja eléctrica que, de no ser por las entrañas, jurarías que sabe deliciosa como barbacoa.

En este muy probable futuro, donde el gobierno pasa a niveles irrelevantes y las grandes corporaciones transnacionales tecnológicas mandan, también se replican humanos. Los “replicantes” son robots creados a imagen del ser humano. Desempeñan las peores labores aquí en el planeta como en las colonias lunares. Mineros, meseros, prostitutas y demás ocupaciones. Son la minoría del futuro.

Llega un momento en todo sistema de castas en el que los niveles “inferiores” se rebelan. Roy Blaty es un replicante modelo “nexus-6”, lo más avanzado en droides que ha fabricado la Rosen Co. Dotados de fuerza superior a la humana y diseñados por encargo, son capaces de manifestar emociones y sentimientos, mucho más de lo que podría hacer un “nexus-5”.

Así pues, Blaty encabeza la huída, de la Luna, de algunos androides con la intención de reunirse con su creador y que les de más tiempo de vida. En el trayecto un humano muere y es ahí cuando Rick Deckard entra en acción. Sí, ese es su oficio: rastrear y retirar andrillos (término despectivo similar al “nigger”) infractores de la ley.

Quizá, la descripción no es el mayor mérito del libro, pero sí lo es la facilidad con la que te envuelve en el ambiente de la distopía. Desde los primeros capítulos te recuerda a las novelas policíacas y “film noir”, de los años cuarenta, aderezadas con luces neón donde Humprey Bogart era el antihéroe. ¿Y la dama en problemas que busca la ayuda, y brazos, del protagonista? Rachel Rosen.

Durante la investigación, y como favor personal, Deckard visita las instalaciones de la Corporación Rosen. Ahí debe determinar las diferencias entre un humano y un “nexus-6”, la prueba Voigt-Kampff será aplicada a Rachel Rosen. ¡Dios! Él sabe que es una replicante y no le importa, se enamoró de ella desde que la vió y por eso tardo tanto en aceptar que no era humana.

Definitivamente, se pueden tener relaciones sexuales con un robot y es más, se puede recrear ese ambiente romántico, pero ¿Cómo amar a un robot? ¿Se puede enamorar uno de algún robot? la empatía es necesaria para que surjan ambos sentimientos. Un andrillo no la conoce, nunca ayudaría a una tortuga boca arriba, bajo el sol. Quizá, los únicos seres por los que un replicante siente empatía son otros replicantes.

Deckard ha comenzado a cuestionarse acerca de su existencia. ¿Será posible qué el sea un replicante? Sólo eres capaz de reconocer en otras personas, lo que ves en ti. Él es capaz de sentir alegría, de comer y reflexionar, incluso, y como dije antes, de enamorarse y amar, dejando en entredicho al amor como signo inequívoco de humanidad.

La ciencia ficción esta prohibida, curiosamente. La interpretación que le doy a este hecho es sencilla: “No hay futuro”. Revistas “pulp” y escritos de este género están vetados, ya no se puede soñar, la esperanza ha sido reducida a la nada y se refleja en esta prohibición. Desde su origen la ciencia ficción nos proyecta hacia un mejor futuro, dice que todo puede ser mejor y ahora…

Como suele ocurrir, la ficción supera a la realidad y los planteamientos de este libro, publicado en 1968, tienen gran vigencia. Podemos ver cada caza recompensas en un “minuteman”, inmigrantes asesinados en cada “andrillo” retirado. Total pérdida de la esperanza y la solución fácil a todos los problemas.

La tecnología no ha alanzado los niveles descritos en el libro, pero si deja claro que existe ya una “deshumanización”. Si nos fijamos bien, nosotros mismos actuamos como robots. Vamos en automático por la vida. Expresamos emociones pero no somos plenamente concientes de la repercusión de nuestros actos y palabras.

Vamos en la calle matando, simbólicamente, a todos los que piensan diferente, a los que se rebelan contra el sistema o, mejor dicho, no se compran la mierda de las personas. Así funcionamos: “Yo compro tu mierda, tu compras la mía y vivimos engañados”. Preferimos dar excusas estúpidas que, sencillamente, responder: “No quiero”.

Buscamos a la oveja eléctrica. La más cara y bonita, la más fácil de conseguir. Nos engañamos, porque no sabemos distinguir lo auténtico de la imitación burda. El amor no se salva, buscamos la satisfacción en la pareja y no entendemos, o negamos, que el amor no es como nosotros lo damos. Buscamos las cosas en el cielo y las tenemos en la nariz.

Breve historia de la música mexicana...


Este intento de escribir un ensayo de la música en México puede resultar en dos cosas: pretensión o estupidez. Así pues, después de haber hecho la aclaración pertinente, haré el intento de satisfacer la sed de conocimiento del lector, así como mi deseo de realzar mi orgullo.

Es más, debo hacer otra aclaración, probablemente estas cinco cuartillas no bastarán para contar la historia de la música o sus raíces. Ni siquiera lograré nombrar a todos los músicos que aquí debieran ser mencionados. Verán, mi conocimiento de autores e intérpretes mexicanos es escaso. Sin embargo, como dije al principio, haré el intento guiándome por las palabras de Miguel de Montaigne: “Un ensayo puede ser tan largo y profundo como uno decida”.

Imagino que todo comenzó con un simio, de rasgos humanoides, que quiso imitar el ritmo de su corazón golpeando un tronco hueco o una piedra. La escritura llegaría miles de años más tarde, pero mientras ya existían rituales con danzas. Ritmos sencillos hechos con instrumentos rudimentarios con la intención plena de rendir tributo al fuego, la lluvia y demás fenómenos atmosféricos que pudieran ser adorados.

Muchos años después, con la aparición de las primeras civilizaciones mesoamericanas, aquí en México, como la olmeca y zapoteca, la forma de hacer música cambió, no así su finalidad adoratoria. Los instrumentos musicales de esos tiempos eran elaborados con materiales provenientes del entorno. Incluso dependían de las habilidades desarrolladas por cada cultura como la orfebrería, la talla, cacería, etcétera.

Por lo tanto, tenemos tambores hechos con pieles caracolas marinas como instrumentos de aliento, caparazones de armadillos, de tortuga y troncos huecos para las percusiones, e incluso uno que otro címbalo hecho de oro por los mayas con fines religiosos ¿Quién no recuerda la leyenda de aquél enano verde que golpeó uno de ellos, destruyendo la ciudad de Uxmal para reconstruirla después?

Nota: No debemos olvidar el instrumento musical llamado “cuerpo humano”, que contiene caja de resonancia, cuerdas (vocales), sonidos y algunos instrumentos de viento…

En fin, retomando nuestro desglose cronológico (más divertido que educativo, espero), los antiguos pobladores de México usaban la música como forma de adoración a la infinidad de dioses existentes. Sería extraño rezarle a Ixchel por el amor, o a Tláloc para que fuera benevolente con nosotros en temporada de huracanes.

Mediodía del 12 de octubre de 1492. Un mozalbete de nombre Martín Pinzón grita: “Tierra a la vista”. Desde ese día, todo lo que se conocía habría de cambiar, entre esas cosas; la música.

Imaginemos ahora que un tal Juanelo Pérez, para mitigar la desesperación, hartazgo y aburrimiento que conllevaba un viaje de meses en barco, llevo consigo un violín. Seguramente en las noches tranquilas de la travesía, abordo de La Pinta, Juanelo interpretaba las más melancólicas pero esperanzadoras tonadas y la tripulación organizaba tremendas bacanales, sin mujeres. Seguramente, el violín era acompañado por otros instrumentos, improvisados o no, en manos de sus compañeros.

Después de este dato anecdótico-supuesto, podemos pensar como llegaron a México los instrumentos musicales europeos. Violines, guitarras, cellos, cornos, fagots y flautas (que ya existían aquí, pero hechas de cañas o carrizos). Pianos, clavicordios, órganos y demás instrumentos que hacían las delicias de las cortes europeas.

Pasaron casi 30 años desde el descubrimiento de América hasta la caída del imperio mexica. La Nueva España surgía de las cenizas de una antigua civilización, nacieron nuevas clases sociales, basadas en un sistema de castas y apareció también el primer mestizaje de la música mexicana.

Es aquí donde la importancia de la colonización española toma un poco de sentido (musicalmente hablando), pues los esclavos negros y la invasión, hace años, de árabes en la Madre Patria enriquecieron el intercambio cultural. Cabe destacar que la guitarra es de origen andaluz, región que se caracterizó por ser el centro de la población árabe en España. ¡Jolines¡

Géneros musicales que son considerados netamente mexicanos, son en realidad fruto del mestizaje e interpretación de ritmos de otras latitudes del planeta. Los sones, huapangos, jarabes y danzones entre otros retoman percusiones africanas, cadencias propias de España y la lírica nacional para crear una identidad musical propia.

Un poco después llega a México la influencia europea de la corriente barroca. Italianos y alemanes, uno de ellos Antonio Vivaldi, componen obras muy adornadas, compases cortos y rápidos. Llenan el ambiente florituras musicales que son la moda. Los virreyes no dejarían pasar por alto tales menesteres.

En los próximos años, las guerras de independencia, intervención, reforma, etcétera, hacen y deshacen el país. Personalmente destaco aquí la composición del Himno Nacional, escrito por Francisco González Bocanegra y Jaime Nunó Roca (este último originario de España), bajo el encargo de Su Alteza Serenísima, Antonio López de Santa Ana. Ellos, Bocanegra y Nunó, componen el más bello himno que nación alguna podría tener, sólo superado por La Marsellesa, himno nacional francés. Claro está que nadie sabe a ciencia cierta bajo que parámetros fue hecha esta clasificación.

Después de las últimas escaramuzas de la Reforma, un indio oaxaqueño de piel morena y rasgos zapotecas llega al poder. Don Porfirio Díaz impone una dictadura que dura más de 30 años. Bajo su mandato se busca tener un progreso basado en la imitación de las sociedades europeas, desde la arquitectura hasta la literatura, pasando por la música de aquél entonces. Tiene tal importancia la “chanson français”, que sienta las bases de la balada en nuestro país.

Sin embargo, mientras villistas, carracintas, zapatistas, maderistas, constitucionalistas, y demás “istas” que ya cayeron en el olvido, pelean por la silla presidencial, una nueva corriente, esta sí más mexicana, toma fuerza. Es en esa época revolucionaria que el corrido nace, aunque lo correcto sería renovarse, entre los soldados.

La Adelita y La Rielera son los clásicos ejemplos del corrido. Dejar a la mujer amada por ir a luchar, y seguramente morir, hazañas militares, el engaño de la pareja y el dolor de la tierra de origen son los principales temas. Es más, podríamos decir que el corrido goza del ambiente romántico y bucólico de antaño, aunque por otra parte bien podría ser la moderna “juglaría” mexicana.

Terminada la revolución, en los años treinta y cuarenta del siglo pasado, el nacionalismo que se vive en todo el país a causa de la expropiación petrolera, llega más allá. En esta temporada, se escriben incontables conciertos para orquesta, donde podemos percibir la influencia de nuestros antepasados.

Silvestre Revueltas, hermano de José del mismo apellido, escribe: Sensemayá. José Pablo Moncayo hace lo propio con su famoso Huapango y Sinfonietta, obra menos conocida. Blas Galindo y su inolvidable Sones de Mariachi, así como el conocido Carlos Chávez que también le entra a los golpes con la clásica Sinfonía India. Uno menos conocido pero igualmente prolijo; Miguel Bernal Jiménez con su Concertino para órgano y orquesta. Todos ellos hijos de la Revolución.

Las obras anteriores, evocan imágenes de un México en progreso que no deja atrás sus raíces, por el contrario, se siente orgulloso de ellas. Recomiendo un video o presentación de los grandes muralistas mexicanas con cualquiera, o todas, de las obras mencionadas. Efectos increíbles e inspiradores.

Unos años después, la canción ranchera, hija del corrido, alcanza reconocimiento gracias a la época de oro del cine mexicano. Es imposible no pensar en el hijo prodigo de Guamuchil, Pedro Infante, o en Jorge Negrete, entre los más míticos personajes que nos mostraron como debe ser un hombre: bebedor, mujeriego, valiente, macho y peleonero, además de tener excelente voz. ¡Ajuá!

Casi en la misma línea temporal; Agustín Lara, Los Tres Ases, Los Panchos, entre muchos más, eran los reyes del bolero. Grandiosas letras de amor y desamor. Plasman a la perfección los sentimientos de millones de personas, tanto así, que no han perdido vigencia. No por nada el “Flaco de Oro” es tan admirado y querido.

Haré un pequeño espacio para hablar del bolero. Visceral y apasionado, nos hace sentir el enamoramiento más profundo e idealista. El más puro sentimiento surgido de la complicidad de un hombre y una mujer, pero hay que tener cuidado, pues el amor también se convierte en el arma asesina, o verdugo, del hombre.

El bolero acompaña esas noches de soledad en las que no puedes dormir. Va contigo mientras caminas con la melancolía a cuestas. Está ahí, de fondo musical, cuando tienes esa terrible incertidumbre que ha generado tu ser. Es el condimento perfecto para ese bocado de comida que no deseas probar. El bolero es la frustración de querer morir y no lograrlo.

Después del breviario cultural (y proyectivo), continuemos con lo nuestro.

Años cincuenta. Elvis “La Pelvis” genera gritos desenfrenados en las adolescentes y golpes de pecho en sus madres. Era cuestión de tiempo antes de que la fusión del jazz, blues y gospel americanos llegara a nuestro país. En México los primeros expositores del género solamente son émulos del cuarteto de Liverpool ¿Frase hecha o lugar común? Los Teen Tops, Los Locos del Ritmo y otros más de quien nadie se acuerda, dieron las primeras estrellas del rock. Angélica María, César Costa y Alberto Vázquez cayeron en el juego del rock, jejeje.

También habrían de llegar a México otras influencias británicas, el rock progresivo, agresivo y psicodélico atiborrado de guitarras de sonido filoso. Deep Purple, Pink Floyd, Led Zeppelín y The Who fueron las influencias de la época. Es tiempo también de Janis Joplin, Jimi Hendrix y Jim Morrison, músicos legendarios del grupo de los 27 (Rockstars muertos a los 27 años).

Sus discípulos, o mejor dicho sus seguidores, estuvieron presentes en aquél festival de Avándaro que muchas personas de 40, o más, años recuerdan. Xavier Bátiz, Carlos Santana fueron los favoritos de miles de jóvenes hartos de las imposiciones sociales y del Estado. Otro grupo ahí presente que merece una mención aparte es el Three Souls In My Mind, ahora conocido como “El Tri”. Ellos fueron los precursores de un nuevo subgénero que sigue hasta ahora: el rock urbano.

Este vástago del rock trajo consigo un estereotipo de la juventud de los suburbios (alrededores de la ciudad) sólo comparable con los punks de Inglaterra. Chicos con jeans rotos, chamarras negras y peinados estrafalarios. Están inconformes con el sistema pero no se esfuerzan por cambiarlo. Ahí tenemos la doble moral; alzan la voz para ser escuchados, pero realmente no lo desean.

Canciones de contenido social que surgen de y para la población de la zona conurbada del DF. El Haragán y Cía., Charlie Montana, Graffiti X y Sur 16 son tan sólo una pequeña muestra de ellos. Retoman las historias de la calle; asesinatos, drogadicción, embarazos prematuros, todo lo que forma parte de su realidad. Por ende, es más crudo y violento, lo que dificulta la aceptación en otros círculos sociales.

Como sabemos, actualmente todo es mercadotecnia. Se crea un grupo para satisfacer las necesidades del mercado al que va dirigido. La segmentación ha elaborado arquetipos a tal grado, que con sólo una mirada podemos deducir las preferencias musicales de cualquier persona. Los subgéneros han evolucionado para formar subculturas, y como en un ecosistema coexisten aunque no siempre de forma pacífica.

Tenemos por ejemplo a punketos, darketos, skatos, psiqueros, rockeros, fresas o freskys, hip hoperos. Grupos ya definidos en gustos, ideas, metas, sueños, aficiones e incluso un lenguaje propio. Todo eso me recuerda al sistema de castas de la Colonia.

Pero regresando a lo musical, a finales de los años ochenta y principios de los noventa surge una oleada de grupos de habla hispana que dieron una vuelta de tuerca a la música en nuestro país. Caifanes, Maná y Enanitos Verdes (Estos últimos de Argentina) abrieron brecha para la internacionalización de la música en español. Aunque ahora su talento esté en tela de jucio. Después, a mediados de los noventa, nuevos sonidos atiborraron los equipos de sonido de la “generación meX”.

Del otro lado del Río Bravo, el “grunge” mostraba la decadencia y falta de esperanza, lo cual vendría siendo el posmodernismo musical: “El futuro es incierto y la esperanza no existe”. Nirvana, Soundgarden y Pearl Jam representaban a esos jóvenes hijos de los idealistas hippies que enfrentaban la falta de interés, crisis, guerras, el inicio de la globalización. En pocas palabras; la falta de identidad.

En nuestro país surgieron grupos como La Lupita, La Castañeda, Café Tacaba y La Maldita Vecindad, a quienes por clasificar, lo haría dentro de: “neo nacionalismo urbano”. Este pseudo movimiento (llamado así por mi pedantería), se caracterizó por tratar de reafirmar la identidad del mexicano de clase media en base a su quehacer diario.

Luego, a finales del siglo pasado, surge el Montepop, corriente que pretende seguir los pasos del britpop. Letras llenas de tristeza, acordes melancólicos y una eterna sombra fatal en cada canción. Curiosamente, al mismo, también dejan una luz de esperanza en cada mal momento de la vida. La Gusana Ciega, Zurdok y Jumbo son los máximos exponentes.

E el último lustro, la música mexicana intenta proponer tendencias. El uso de sintetizadores y cajas de sonido es más presente, sin embargo, aún no puede desligarse de las tendencias mundiales que la globalización ha impuesto, y peor, hemos aceptado.

Para finalizar, en México no existe una identidad musical propia dentro del mainstream, aunque sí en lo más profundo de la sociedad. Uno de los efectos de dicha afirmación es que en el país cualquier artista puede triunfar. ¿Cuántos artistas extranjeros no han hecho su carrera aquí? Muchísimos. A decir verdad, no creo que haya existido una tendencia, o corriente, musical más prolífica e independiente de las modas que el nacionalismo.

No es cuestión de inventiva, es de asumir y, ¿por qué no?, consumir música mexicana. No podemos quedarnos solamente con los mariachis o con las bandas como exponentes internacionales. Ir más allá adoptando y reinventando propuestas viables con elementos netamente mexicanos. No pido detener el tiempo en el país. Sólo pido ver hacia el futuro sin olvidar los elementos que nos hacen mexicanos.

Espero que la lectura haya sido edificante, o por lo menos resulte tan divertida leerla como escribirla.