Este intento de escribir un ensayo de la música en México puede resultar en dos cosas: pretensión o estupidez. Así pues, después de haber hecho la aclaración pertinente, haré el intento de satisfacer la sed de conocimiento del lector, así como mi deseo de realzar mi orgullo.
Es más, debo hacer otra aclaración, probablemente estas cinco cuartillas no bastarán para contar la historia de la música o sus raíces. Ni siquiera lograré nombrar a todos los músicos que aquí debieran ser mencionados. Verán, mi conocimiento de autores e intérpretes mexicanos es escaso. Sin embargo, como dije al principio, haré el intento guiándome por las palabras de Miguel de Montaigne: “Un ensayo puede ser tan largo y profundo como uno decida”.
Imagino que todo comenzó con un simio, de rasgos humanoides, que quiso imitar el ritmo de su corazón golpeando un tronco hueco o una piedra. La escritura llegaría miles de años más tarde, pero mientras ya existían rituales con danzas. Ritmos sencillos hechos con instrumentos rudimentarios con la intención plena de rendir tributo al fuego, la lluvia y demás fenómenos atmosféricos que pudieran ser adorados.
Muchos años después, con la aparición de las primeras civilizaciones mesoamericanas, aquí en México, como la olmeca y zapoteca, la forma de hacer música cambió, no así su finalidad adoratoria. Los instrumentos musicales de esos tiempos eran elaborados con materiales provenientes del entorno. Incluso dependían de las habilidades desarrolladas por cada cultura como la orfebrería, la talla, cacería, etcétera.
Por lo tanto, tenemos tambores hechos con pieles caracolas marinas como instrumentos de aliento, caparazones de armadillos, de tortuga y troncos huecos para las percusiones, e incluso uno que otro címbalo hecho de oro por los mayas con fines religiosos ¿Quién no recuerda la leyenda de aquél enano verde que golpeó uno de ellos, destruyendo la ciudad de Uxmal para reconstruirla después?
Nota: No debemos olvidar el instrumento musical llamado “cuerpo humano”, que contiene caja de resonancia, cuerdas (vocales), sonidos y algunos instrumentos de viento…
En fin, retomando nuestro desglose cronológico (más divertido que educativo, espero), los antiguos pobladores de México usaban la música como forma de adoración a la infinidad de dioses existentes. Sería extraño rezarle a Ixchel por el amor, o a Tláloc para que fuera benevolente con nosotros en temporada de huracanes.
Mediodía del 12 de octubre de 1492. Un mozalbete de nombre Martín Pinzón grita: “Tierra a la vista”. Desde ese día, todo lo que se conocía habría de cambiar, entre esas cosas; la música.
Imaginemos ahora que un tal Juanelo Pérez, para mitigar la desesperación, hartazgo y aburrimiento que conllevaba un viaje de meses en barco, llevo consigo un violín. Seguramente en las noches tranquilas de la travesía, abordo de La Pinta, Juanelo interpretaba las más melancólicas pero esperanzadoras tonadas y la tripulación organizaba tremendas bacanales, sin mujeres. Seguramente, el violín era acompañado por otros instrumentos, improvisados o no, en manos de sus compañeros.
Después de este dato anecdótico-supuesto, podemos pensar como llegaron a México los instrumentos musicales europeos. Violines, guitarras, cellos, cornos, fagots y flautas (que ya existían aquí, pero hechas de cañas o carrizos). Pianos, clavicordios, órganos y demás instrumentos que hacían las delicias de las cortes europeas.
Pasaron casi 30 años desde el descubrimiento de América hasta la caída del imperio mexica. La Nueva España surgía de las cenizas de una antigua civilización, nacieron nuevas clases sociales, basadas en un sistema de castas y apareció también el primer mestizaje de la música mexicana.
Es aquí donde la importancia de la colonización española toma un poco de sentido (musicalmente hablando), pues los esclavos negros y la invasión, hace años, de árabes en la Madre Patria enriquecieron el intercambio cultural. Cabe destacar que la guitarra es de origen andaluz, región que se caracterizó por ser el centro de la población árabe en España. ¡Jolines¡
Géneros musicales que son considerados netamente mexicanos, son en realidad fruto del mestizaje e interpretación de ritmos de otras latitudes del planeta. Los sones, huapangos, jarabes y danzones entre otros retoman percusiones africanas, cadencias propias de España y la lírica nacional para crear una identidad musical propia.
Un poco después llega a México la influencia europea de la corriente barroca. Italianos y alemanes, uno de ellos Antonio Vivaldi, componen obras muy adornadas, compases cortos y rápidos. Llenan el ambiente florituras musicales que son la moda. Los virreyes no dejarían pasar por alto tales menesteres.
En los próximos años, las guerras de independencia, intervención, reforma, etcétera, hacen y deshacen el país. Personalmente destaco aquí la composición del Himno Nacional, escrito por Francisco González Bocanegra y Jaime Nunó Roca (este último originario de España), bajo el encargo de Su Alteza Serenísima, Antonio López de Santa Ana. Ellos, Bocanegra y Nunó, componen el más bello himno que nación alguna podría tener, sólo superado por La Marsellesa, himno nacional francés. Claro está que nadie sabe a ciencia cierta bajo que parámetros fue hecha esta clasificación.
Después de las últimas escaramuzas de la Reforma, un indio oaxaqueño de piel morena y rasgos zapotecas llega al poder. Don Porfirio Díaz impone una dictadura que dura más de 30 años. Bajo su mandato se busca tener un progreso basado en la imitación de las sociedades europeas, desde la arquitectura hasta la literatura, pasando por la música de aquél entonces. Tiene tal importancia la “chanson français”, que sienta las bases de la balada en nuestro país.
Sin embargo, mientras villistas, carracintas, zapatistas, maderistas, constitucionalistas, y demás “istas” que ya cayeron en el olvido, pelean por la silla presidencial, una nueva corriente, esta sí más mexicana, toma fuerza. Es en esa época revolucionaria que el corrido nace, aunque lo correcto sería renovarse, entre los soldados.
La Adelita y La Rielera son los clásicos ejemplos del corrido. Dejar a la mujer amada por ir a luchar, y seguramente morir, hazañas militares, el engaño de la pareja y el dolor de la tierra de origen son los principales temas. Es más, podríamos decir que el corrido goza del ambiente romántico y bucólico de antaño, aunque por otra parte bien podría ser la moderna “juglaría” mexicana.
Terminada la revolución, en los años treinta y cuarenta del siglo pasado, el nacionalismo que se vive en todo el país a causa de la expropiación petrolera, llega más allá. En esta temporada, se escriben incontables conciertos para orquesta, donde podemos percibir la influencia de nuestros antepasados.
Silvestre Revueltas, hermano de José del mismo apellido, escribe: Sensemayá. José Pablo Moncayo hace lo propio con su famoso Huapango y Sinfonietta, obra menos conocida. Blas Galindo y su inolvidable Sones de Mariachi, así como el conocido Carlos Chávez que también le entra a los golpes con la clásica Sinfonía India. Uno menos conocido pero igualmente prolijo; Miguel Bernal Jiménez con su Concertino para órgano y orquesta. Todos ellos hijos de la Revolución.
Las obras anteriores, evocan imágenes de un México en progreso que no deja atrás sus raíces, por el contrario, se siente orgulloso de ellas. Recomiendo un video o presentación de los grandes muralistas mexicanas con cualquiera, o todas, de las obras mencionadas. Efectos increíbles e inspiradores.
Unos años después, la canción ranchera, hija del corrido, alcanza reconocimiento gracias a la época de oro del cine mexicano. Es imposible no pensar en el hijo prodigo de Guamuchil, Pedro Infante, o en Jorge Negrete, entre los más míticos personajes que nos mostraron como debe ser un hombre: bebedor, mujeriego, valiente, macho y peleonero, además de tener excelente voz. ¡Ajuá!
Casi en la misma línea temporal; Agustín Lara, Los Tres Ases, Los Panchos, entre muchos más, eran los reyes del bolero. Grandiosas letras de amor y desamor. Plasman a la perfección los sentimientos de millones de personas, tanto así, que no han perdido vigencia. No por nada el “Flaco de Oro” es tan admirado y querido.
Haré un pequeño espacio para hablar del bolero. Visceral y apasionado, nos hace sentir el enamoramiento más profundo e idealista. El más puro sentimiento surgido de la complicidad de un hombre y una mujer, pero hay que tener cuidado, pues el amor también se convierte en el arma asesina, o verdugo, del hombre.
El bolero acompaña esas noches de soledad en las que no puedes dormir. Va contigo mientras caminas con la melancolía a cuestas. Está ahí, de fondo musical, cuando tienes esa terrible incertidumbre que ha generado tu ser. Es el condimento perfecto para ese bocado de comida que no deseas probar. El bolero es la frustración de querer morir y no lograrlo.
Después del breviario cultural (y proyectivo), continuemos con lo nuestro.
Años cincuenta. Elvis “La Pelvis” genera gritos desenfrenados en las adolescentes y golpes de pecho en sus madres. Era cuestión de tiempo antes de que la fusión del jazz, blues y gospel americanos llegara a nuestro país. En México los primeros expositores del género solamente son émulos del cuarteto de Liverpool ¿Frase hecha o lugar común? Los Teen Tops, Los Locos del Ritmo y otros más de quien nadie se acuerda, dieron las primeras estrellas del rock. Angélica María, César Costa y Alberto Vázquez cayeron en el juego del rock, jejeje.
También habrían de llegar a México otras influencias británicas, el rock progresivo, agresivo y psicodélico atiborrado de guitarras de sonido filoso. Deep Purple, Pink Floyd, Led Zeppelín y The Who fueron las influencias de la época. Es tiempo también de Janis Joplin, Jimi Hendrix y Jim Morrison, músicos legendarios del grupo de los 27 (Rockstars muertos a los 27 años).
Sus discípulos, o mejor dicho sus seguidores, estuvieron presentes en aquél festival de Avándaro que muchas personas de 40, o más, años recuerdan. Xavier Bátiz, Carlos Santana fueron los favoritos de miles de jóvenes hartos de las imposiciones sociales y del Estado. Otro grupo ahí presente que merece una mención aparte es el Three Souls In My Mind, ahora conocido como “El Tri”. Ellos fueron los precursores de un nuevo subgénero que sigue hasta ahora: el rock urbano.
Este vástago del rock trajo consigo un estereotipo de la juventud de los suburbios (alrededores de la ciudad) sólo comparable con los punks de Inglaterra. Chicos con jeans rotos, chamarras negras y peinados estrafalarios. Están inconformes con el sistema pero no se esfuerzan por cambiarlo. Ahí tenemos la doble moral; alzan la voz para ser escuchados, pero realmente no lo desean.
Canciones de contenido social que surgen de y para la población de la zona conurbada del DF. El Haragán y Cía., Charlie Montana, Graffiti X y Sur 16 son tan sólo una pequeña muestra de ellos. Retoman las historias de la calle; asesinatos, drogadicción, embarazos prematuros, todo lo que forma parte de su realidad. Por ende, es más crudo y violento, lo que dificulta la aceptación en otros círculos sociales.
Como sabemos, actualmente todo es mercadotecnia. Se crea un grupo para satisfacer las necesidades del mercado al que va dirigido. La segmentación ha elaborado arquetipos a tal grado, que con sólo una mirada podemos deducir las preferencias musicales de cualquier persona. Los subgéneros han evolucionado para formar subculturas, y como en un ecosistema coexisten aunque no siempre de forma pacífica.
Tenemos por ejemplo a punketos, darketos, skatos, psiqueros, rockeros, fresas o freskys, hip hoperos. Grupos ya definidos en gustos, ideas, metas, sueños, aficiones e incluso un lenguaje propio. Todo eso me recuerda al sistema de castas de la Colonia.
Pero regresando a lo musical, a finales de los años ochenta y principios de los noventa surge una oleada de grupos de habla hispana que dieron una vuelta de tuerca a la música en nuestro país. Caifanes, Maná y Enanitos Verdes (Estos últimos de Argentina) abrieron brecha para la internacionalización de la música en español. Aunque ahora su talento esté en tela de jucio. Después, a mediados de los noventa, nuevos sonidos atiborraron los equipos de sonido de la “generación meX”.
Del otro lado del Río Bravo, el “grunge” mostraba la decadencia y falta de esperanza, lo cual vendría siendo el posmodernismo musical: “El futuro es incierto y la esperanza no existe”. Nirvana, Soundgarden y Pearl Jam representaban a esos jóvenes hijos de los idealistas hippies que enfrentaban la falta de interés, crisis, guerras, el inicio de la globalización. En pocas palabras; la falta de identidad.
En nuestro país surgieron grupos como La Lupita, La Castañeda, Café Tacaba y La Maldita Vecindad, a quienes por clasificar, lo haría dentro de: “neo nacionalismo urbano”. Este pseudo movimiento (llamado así por mi pedantería), se caracterizó por tratar de reafirmar la identidad del mexicano de clase media en base a su quehacer diario.
Luego, a finales del siglo pasado, surge el Montepop, corriente que pretende seguir los pasos del britpop. Letras llenas de tristeza, acordes melancólicos y una eterna sombra fatal en cada canción. Curiosamente, al mismo, también dejan una luz de esperanza en cada mal momento de la vida. La Gusana Ciega, Zurdok y Jumbo son los máximos exponentes.
E el último lustro, la música mexicana intenta proponer tendencias. El uso de sintetizadores y cajas de sonido es más presente, sin embargo, aún no puede desligarse de las tendencias mundiales que la globalización ha impuesto, y peor, hemos aceptado.
Para finalizar, en México no existe una identidad musical propia dentro del mainstream, aunque sí en lo más profundo de la sociedad. Uno de los efectos de dicha afirmación es que en el país cualquier artista puede triunfar. ¿Cuántos artistas extranjeros no han hecho su carrera aquí? Muchísimos. A decir verdad, no creo que haya existido una tendencia, o corriente, musical más prolífica e independiente de las modas que el nacionalismo.
No es cuestión de inventiva, es de asumir y, ¿por qué no?, consumir música mexicana. No podemos quedarnos solamente con los mariachis o con las bandas como exponentes internacionales. Ir más allá adoptando y reinventando propuestas viables con elementos netamente mexicanos. No pido detener el tiempo en el país. Sólo pido ver hacia el futuro sin olvidar los elementos que nos hacen mexicanos.
Espero que la lectura haya sido edificante, o por lo menos resulte tan divertida leerla como escribirla.